miércoles, 10 de noviembre de 2010

¿Dos mil años de historia?

En su columna de La Vanguardia, la periodista Pilar Rahola repetía ayer un tópico frecuente en tertulias y comentarios sobre la antigüedad de la Iglesia Católica. Según la Sra. Rahola, es un "gran mamut que tiene dos mil años de historia".

Al hacerlo, tal vez no se da cuenta de la trampa argumental que implica, pues presupone que fue fundada por Jesucristo, personaje histórico que vivió hace aproximadamente ese plazo de tiempo. Naturalmente, eso es lo que la propia jerarquía eclesiástica romana desea promover, evocando la figura del apóstol Pedro y pasajes como Mateo 16:18 para justificar su propia legitimidad.

Ahora bien, resulta muy problemático afirmar que existiese algo semejante a lo que conocemos como Iglesia Católica en los tres primeros siglos del cristianismo. Durante ese período encontramos más bien un conjunto de comunidades cristianas dispersas y extraordinariamente diversas, que utilizan libros y referencias diferentes, y con distintas sensibilidades sobre Dios, Cristo y la organización eclesial, que van desde los más próximos a Pablo de Tarso, a los seguidores del Evangelio de Juan o a los judaizantes, además de otras corrientes como los marcionitas, gnósticos de diversos tipos, modalistas, arrianos y muchas otras combinaciones. Desde un punto de vista no partidista, no puede hablarse de una sola línea legítima frente a otras que serían "erróneas" o "heréticas", sino de una diversidad de opciones que compiten entre sí por la primacía.

Sólo a partir de 325, cuando el emperador Constantino convoca el primer Concilio de Nicea, podemos empezar a hablar de una Iglesia organizada y jerarquizada, en la que todavía el obispo de Roma tiene una preeminencia al menos compartida con otros grandes patriarcas de Oriente.

Así pues, para ser exactos habría que decir que la Iglesia Católica tiene poco menos de 17 siglos, que no es poco. E incluso podría argumentarse que debería limitarse su existencia hasta la división entre la Iglesia occidental de obediencia romana y la Ortodoxia oriental en 1054, lo que reduciría su duración específica a menos de un milenio. Espero que estos datos ayuden a reflexionar a quienes se apresuran a evocar la cifra de los "dos mil años" de la Iglesia de Roma sin evaluar todas las implicaciones de esta expresión.

P.D.: Este texto fue enviado ayer por la tarde a la redacción de La Vanguardia para su publicación. Todavía no ha sido publicado.

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